Todo el mundo sabe que hubo una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, génesis de la Revolución francesa. Pero pocos saben que, en ese mismo tiempo, hubo una Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.
La artífice de ese gesto igualitario, conocida como Olympe de Gouges (originalmente llamada Marie Gouze), fue una escritora y filósofa francesa que, como muchas otras figuras del proceso revolucionario, terminó su vida en la guillotina.
La historia de esta mujer es muy representativa de todo lo ocurrido en la Francia de ese tiempo. Nació en 1748, por lo que vivió 41 de sus 45 años bajo el ancien régime, y no precisamente pasándola mal, porque pertenecía a familias acomodadas y era una intelectual reconocida en los círculos culturales de la época, especialmente por sus obras de teatro.
Pese a esa estirpe de lo que hoy llamaríamos clase media alta, Gouges era una cabeza caliente, en especial respecto al tema de la esclavitud. Una de sus piezas, titulada La esclavitud de los negros (L’esclavage des noirs), generó uno de los roces más difíciles con el gobierno monárquico, cuando se estrenó en 1785, faltando aún cuatro años para que estallara el gran cambio político. Fue representada con un nombre suavizado, Zamore y Mirza, o el feliz naufragio por la Comédie-Française.
Las objeciones a la temática de esta obra vinieron desde dentro de la misma compañía, pues la Comédie-Française era subvencionada por la Corte de Versalles, integrada por nobles que se habían enriquecido con la trata de esclavos o con el comercio con las colonias francesas esclavizadas. Obviamente, su trabajo era como nombrar la soga en casa del ahorcado. La cosa no se limitó a un acto de censura, pues la dramaturga fue a dar por algunos días a la icónica cárcel de la Bastilla. No fue sino hasta después de la Revolución que la obra pudo ser vista por el público parisino, aunque no sin cierto malestar porque Francia se había liberado del rey, pero seguía siendo una potencia esclavista.
Cuando se desataron todas las fuerzas revolucionarias, Gouges fue una participante activa de la agitación popular mediante la redacción de encendidos panfletos, que se considera como otra de sus especialidades.
En 1791, en la efervescencia de la Revolución, publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en un esfuerzo para lograr que la revuelta no fuera solo contra el antiguo régimen, sino también contra el espíritu patriarcal.
Pero la sociedad francesa no estaba preparada para semejante revolución dentro de la revolución. Gouges quedó anotada en la lista de las figuras peligrosas para la nueva clase dominante. Cuando se agudizaron los conflictos internos, ella les facilitó el camino a sus adversarios, pues se opuso a la condena a muerte de Luis XVI, se puso de parte de los girondinos y alertó sobre los excesos del Comité de Salvación Pública, que encabezaba “el Incorruptible” Maximilien Robespierre. Volvió a prisión en agosto de 1793 bajo la acusación de ser la autora de un panfleto, solo que esta vez no fue contra la monarquía, sino a favor de los girondinos, que también habían sido revolucionarios, pero eran del ala moderada, en su mayoría abiertamente burgueses.
La articulista María Aránzazu Calzada, escribió: “Han pasado cientos de años y apenas lo recordamos. La condena al olvido es la más injusta de todas. Desde antiguo, la ‘damnatio memoriae’, considerada por los clásicos una de las armas más letales, condenaba a la destrucción de todo recuerdo. La doble condena a la muerte y al olvido sufrida por tantas mujeres inteligentes y valerosas no ha podido acallar tu pensamiento. Por suerte, nos queda tu Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, extrañamente célebre desde hace un tiempo, una reparación tardía, pero meritoria e imprescindible.”
Durante muchos años, Gouges fue despreciada por la intelectualidad francesa, que le negó el rol de ideóloga revolucionaria. Argumentaron que ni siquiera sabía leer y escribir bien, por lo que se puso en duda que sea la autora de las obras que aparecen con su nombre. En términos más coloquiales se le estigmatizó como loca. Fue después de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunas investigaciones la sacaron del ámbito de la chanza y la ubicaron como una personalidad destacada de la convulsa Francia de finales del siglo XVIII.
La artífice de ese gesto igualitario, conocida como Olympe de Gouges (originalmente llamada Marie Gouze), fue una escritora y filósofa francesa que, como muchas otras figuras del proceso revolucionario, terminó su vida en la guillotina.
La historia de esta mujer es muy representativa de todo lo ocurrido en la Francia de ese tiempo. Nació en 1748, por lo que vivió 41 de sus 45 años bajo el ancien régime, y no precisamente pasándola mal, porque pertenecía a familias acomodadas y era una intelectual reconocida en los círculos culturales de la época, especialmente por sus obras de teatro.
Pese a esa estirpe de lo que hoy llamaríamos clase media alta, Gouges era una cabeza caliente, en especial respecto al tema de la esclavitud. Una de sus piezas, titulada La esclavitud de los negros (L’esclavage des noirs), generó uno de los roces más difíciles con el gobierno monárquico, cuando se estrenó en 1785, faltando aún cuatro años para que estallara el gran cambio político. Fue representada con un nombre suavizado, Zamore y Mirza, o el feliz naufragio por la Comédie-Française.
Las objeciones a la temática de esta obra vinieron desde dentro de la misma compañía, pues la Comédie-Française era subvencionada por la Corte de Versalles, integrada por nobles que se habían enriquecido con la trata de esclavos o con el comercio con las colonias francesas esclavizadas. Obviamente, su trabajo era como nombrar la soga en casa del ahorcado. La cosa no se limitó a un acto de censura, pues la dramaturga fue a dar por algunos días a la icónica cárcel de la Bastilla. No fue sino hasta después de la Revolución que la obra pudo ser vista por el público parisino, aunque no sin cierto malestar porque Francia se había liberado del rey, pero seguía siendo una potencia esclavista.
Cuando se desataron todas las fuerzas revolucionarias, Gouges fue una participante activa de la agitación popular mediante la redacción de encendidos panfletos, que se considera como otra de sus especialidades.
En 1791, en la efervescencia de la Revolución, publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en un esfuerzo para lograr que la revuelta no fuera solo contra el antiguo régimen, sino también contra el espíritu patriarcal.
Pero la sociedad francesa no estaba preparada para semejante revolución dentro de la revolución. Gouges quedó anotada en la lista de las figuras peligrosas para la nueva clase dominante. Cuando se agudizaron los conflictos internos, ella les facilitó el camino a sus adversarios, pues se opuso a la condena a muerte de Luis XVI, se puso de parte de los girondinos y alertó sobre los excesos del Comité de Salvación Pública, que encabezaba “el Incorruptible” Maximilien Robespierre. Volvió a prisión en agosto de 1793 bajo la acusación de ser la autora de un panfleto, solo que esta vez no fue contra la monarquía, sino a favor de los girondinos, que también habían sido revolucionarios, pero eran del ala moderada, en su mayoría abiertamente burgueses.
La articulista María Aránzazu Calzada, escribió: “Han pasado cientos de años y apenas lo recordamos. La condena al olvido es la más injusta de todas. Desde antiguo, la ‘damnatio memoriae’, considerada por los clásicos una de las armas más letales, condenaba a la destrucción de todo recuerdo. La doble condena a la muerte y al olvido sufrida por tantas mujeres inteligentes y valerosas no ha podido acallar tu pensamiento. Por suerte, nos queda tu Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, extrañamente célebre desde hace un tiempo, una reparación tardía, pero meritoria e imprescindible.”
Durante muchos años, Gouges fue despreciada por la intelectualidad francesa, que le negó el rol de ideóloga revolucionaria. Argumentaron que ni siquiera sabía leer y escribir bien, por lo que se puso en duda que sea la autora de las obras que aparecen con su nombre. En términos más coloquiales se le estigmatizó como loca. Fue después de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunas investigaciones la sacaron del ámbito de la chanza y la ubicaron como una personalidad destacada de la convulsa Francia de finales del siglo XVIII.
La reivindicación aún no está completa. En 1989, se presentó una solicitud muy bien sustentada para que el nombre de Olympe de Gouges se incorporase al Panteón de París. Sin embargo, las autoridades encargadas de la decisión rechazaron la propuesta.
Doscientos años después, Francia, al parecer, seguía sin estar preparada para reconocerla en pie de igualdad con tantos hombres que están en ese altar de la patria gala. De hecho, allí reposan más de 70 hombres y apenas cuatro mujeres.
La vida de esta dama está plasmada en una biografía escrita por la periodista española Laura Manzanera López, titulada Olympe de Gouges, la cronista maldita de la Revolución Francesa. La autora dio su opinión sobre los rasgos más resaltantes de esta precursora del feminismo: “Para mí, los que más le favorecieron fueron la valentía y la perseverancia. Sin ellas no se hubiese hecho famosa en circunstancias tan adversas (era semianalfabeta, provinciana, bastarda… sin olvidar que nació mujer). En cuanto al que más le perjudicó fue sin duda la espontaneidad: redactaba sus escritos sin la mínima reflexión, a menudo de forma automática; escribía lo que sentía sin ninguna cortapisa. Eso le dio la libertad necesaria para pregonar su verdad a los cuatro vientos, pero le complicó la vida extraordinariamente”.
La declaración
La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (que puede hallarse completa en Internet), es un texto que se adelanta dos siglos al llamado lenguaje de género o inclusivo. Estos son los cinco primeros artículos:
> I – La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales solo pueden estar fundadas en la utilidad común.
> II – El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.
> III – El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.
> IV – La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer solo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.
> V – Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.
Clodovaldo Hernández
(CCS)
Doscientos años después, Francia, al parecer, seguía sin estar preparada para reconocerla en pie de igualdad con tantos hombres que están en ese altar de la patria gala. De hecho, allí reposan más de 70 hombres y apenas cuatro mujeres.
La vida de esta dama está plasmada en una biografía escrita por la periodista española Laura Manzanera López, titulada Olympe de Gouges, la cronista maldita de la Revolución Francesa. La autora dio su opinión sobre los rasgos más resaltantes de esta precursora del feminismo: “Para mí, los que más le favorecieron fueron la valentía y la perseverancia. Sin ellas no se hubiese hecho famosa en circunstancias tan adversas (era semianalfabeta, provinciana, bastarda… sin olvidar que nació mujer). En cuanto al que más le perjudicó fue sin duda la espontaneidad: redactaba sus escritos sin la mínima reflexión, a menudo de forma automática; escribía lo que sentía sin ninguna cortapisa. Eso le dio la libertad necesaria para pregonar su verdad a los cuatro vientos, pero le complicó la vida extraordinariamente”.
La declaración
La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (que puede hallarse completa en Internet), es un texto que se adelanta dos siglos al llamado lenguaje de género o inclusivo. Estos son los cinco primeros artículos:
> I – La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales solo pueden estar fundadas en la utilidad común.
> II – El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.
> III – El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.
> IV – La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer solo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.
> V – Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.
Clodovaldo Hernández
(CCS)
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