Potius pugna vicit gentibus
quid thug sanctus (*)
Epígrafe del libro sin título ni autor dedicado al santo desconocido
Por: Oscar Rodríguez.
Del santoral católico es el más oscuro, marginado y totalmente desconocido benemérito. Data su historia de la misma fundación eclesial, dado su nacimiento en Belén, justo aquel 24 de diciembre hace dos mil veinte años a escasos metros de un conocido pesebre. Huelga decir el milagroso salvamento de la persecución herodiana cuando un acaudalado fariseo, su padre, lo encargó a Juan el Bautista con el fin de convertirlo en sesudo profeta; éste lo echó de su lado pues, en la medida del crecimiento, el Bautista recibía del niño improperios y denuestos incalificables. Entonces su madre lo castigó con la obligación de vivir en el desierto cien días con sus noches a pan y agua. Esto le forjó un inexplicable carácter rencoroso.
Al bautizo de Jesús de Nazareth, se unió a su causa con relevante entusiasmo generando inquietud entre sus fieles seguidores, además, provocando en El Bautista una susurrante advertencia al milagroso (escrita y guardada en el más alejado rincón de los archivos del Vaticano): “¡Cuidado con ese chamo! Es más peligroso que Judas”.
Entre los miles de millones de secretos ocultos en la Santa Sede se encuentra la existencia de un tal apóstol catorce. Se sospecha que, al traicionar Judas, aquel joven tuvo la opción de tener el puesto trece en la llamada Última Cena, sin embargo, avieso calculador como era, prefirió no asistir a tan histórico momento, pues consideró aquel puesto como el disparador de un número pavoso: entonces le echó ese carro a Judas. A partir de ese momento se convirtió en el (oculto) apóstol catorce de todo el catolicismo, responsable de mantenerse como un discreto consejero de Jesús. Incluso, si se observa con sumo detenimiento el famoso cuadro de Da Vinci, se puede detallar una figura, lívida, casi transparente, inclinada sobre la pata de la oreja del redentor, como susurrando algo. Se especula la siguiente frase: “Mosca Chucho que aquí te pueden envenenar”.
Se dice con bastante insistencia en medios de la curia cardenalicia de Castel Gandolfo, acerca de la chinche en que se convirtió aquel apóstol de bajo perfil, para con Jesús. Todo se lo recriminaba. La evidente delgadez mostrada por el Nazareno en los últimos días, antes del martirio, se debía a las prohibiciones de aquel consejero, cuya acción le impedía degustar cualquier platillo o exquisitez llegada a sus manos, so pena de cumplir las más graves penitencias.
Decisiva anécdota (guardada celosamente en un mugroso papiro del Vaticano) da cuenta del momento -insistente en súplicas- por parte de una señora de nombre Magdalena (o La Magdalena), quien solicitaba del profeta una exclusiva y privada sesión de consejos espirituales, impedidos de inmediato por aquel severo custodio bajo amenaza de propinar una lección descomunal; tal intimidación hizo exclamar al hijo de Dios: “¡Deja ya la ladilla, chamo!”.
Muerto y resucitado el Mesías, aquel oculto apóstol recibió de San Pedro, el mismo fundador de la Iglesia católica, el mandato de no renunciar a su credo original, mantenerse oculto entre los fieles cristianos y fundar el Tribunal de la Santa Inquisición en cuanto asomara la cabeza el primer chicharrón hereje. A su vez, le recomendó pasearse por las estancias del emperador Nerón y aconsejarle quemar Roma y así ir practicando el arte de sanar el cuerpo, cuando lo azotan las tentaciones demoníacas, con delicadas laceraciones puntuales. “Tu nombre secreto será ‘Cion’…”, le dijo el patriarca.
Entre las muchas actividades encomendadas por el apóstol Pedro a tan interesado colega, estuvo dar inicio al interminable libro de penitencias y castigos, cuyos infinitos volúmenes deben reposar en algún pestilente sótano de los archivos del Vaticano. La tarea fue considerada demasiado exigente por aquel párvulo católico, quien tuvo un momento de duda frente al máximo jefe de la iglesia. Éste a su vez le dijo: “Tranquilo, Cion, tu tarea es nada comparada con la mía. Seguramente a mí, luego de que me almuercen los leones, me nombrarán santo y a tu santificación no la pelarán ni con ceniza”. Se especula el envenenamiento por exceso en la cantidad de ají chirel echado a unas empanadas de zamuro recomendadas para reducir el colesterol, como la causa de su muerte. Soldados romanos echaron su cadáver a un barranco, siendo devorado por las mismas aves consumidas por él, antes de su deceso.
En ceremonia ultra secreta, realizada en lugar ultra secreto, en fecha ultra secreta, por un Papa cuya identidad se mantiene en condición ultra secreta, donde asistieron los miembros de la ultra secreta Santa Inquisición, se le otorgó la santidad al ultra secreto Cion. El único escollo para tan ultra secreta elevación se presentó cuando el Diablo se negó a que la memoria del postulado abogara por él, bajo ninguna circunstancia. La rogativa del Averno fue tan vehemente y hasta fastidiosa que el presidente del tribunal le dijo con desprecio: “¡Vete al Diablo!”.
Entre las, ultra secretas, palabras pronunciadas por el prelado en cuestión, destacaron estas frases pasadas a la historia del catolicismo como las más inmarcesibles dichas a la hora de elevar a un Santo:
Serás el escudo protector de los poderosos. En labios de sus agentes, te pronunciarán para librar tu eterna causa y la de ellos. Protegerás además a los fabricantes y traficantes de armas, y a los perros de la guerra. De ahora en adelante la iglesia católica te llamará San Cion: patrono de los imperios.
Dice un popular rumor ultra secreto que a San Cion también se le conoce como el santo de la frustración y el infortunio, al no impedir el derrumbe de ningún imperio; los protege durante algunos siglos y luego la fuerza de su pontificial muralla se debilita hasta extinguirse con sus opulentos partidarios, como barco hundido en el fondo del mar. Cuentan testigos parisinos haber visto desandar por las noches, a partir de 1789, a un hombre sin cabeza profiriendo maldiciones desde el desangrado cuello, nada ultra secretamente guillotinado; se sospecha del ánima de San Cion buscando aquella parte vital de su cuerpo e imitando a la monarquía del imperio caído.
En pleno siglo XXI, se ha vuelto muy popular la invocación de San Cion entre los portavoces del imperio capitalista. En cada una de las acciones tomadas por los gerentes del Pentágono y la Casa Blanca del gobierno de los Estados Unidos, el nombre de este santo es invocado para chantajear países y amedrentar pueblos. Así lo hizo el rey francés Luis XVI y ¡zas!, su cabeza rodó como balón Hors jeu; también los malandro-monarcas ingleses hicieron los mismo y se secaron como las calaveras de sus corsarios; el Libertador Simón Bolívar puso a comer tierra a los imperialistas españoles, revolcando las invocaciones a San Cion las veces que le dio la gana; hasta los turcos (tan vehementes y conocedores) vieron igual destino en sus cimitarras.
Desde el Vaticano surge en estos momentos la (ultra secreta) preocupación, debido a la excesiva y desmedida invocación a San Cion. De todo el mundo llueven súplicas de presbíteros observando la decadencia del sacramento de confesión y el ocaso total de la penitencia, además influenciadas por la inclemente invocación de este desconocido santo. Se sospecha del mismo Papa, prohibiendo a sus fieles invocarlo, no vaya a ser que se les voltee y se desencadene su definitiva decadencia, como está sucediendo irremediablemente al imperialismo capitalista.
(*) Más valen pueblos luchando victoriosos
Que santos pavosos
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