A propósito de celebrarse en Venezuela el Día Nacional de la Poesía como homenaje a Aquiles Nazoa, nacido el 17 de mayo de 1920.
Rúkleman Soto Sánchez
Hoy me pongo los patines como tú, viejo compañero de las
muñecas de trapo, y aventuro un credo para celebrarte.
Creo en ese día que me enamoré de las letras
por el abrazo y la voz cálida de la maestra Margot, cuando las sílabas recién
nacían de su aliento y sonaban como una tibia canción de cuna.
Como tú, Aquiles, creo en navíos proverbiales.
Creo que tenía que haber nacido en una chalana arrastrada por la creciente y el
aguacero nocturno. Creo en el barco que hice navegar por un río caudaloso que trajo
la lluvia a la salida de la escuela y zozobró en el río San Pedro. Era un
barco-carta que tenía el nombre de una guaricha con ojos de lápiz afilado y piel
de cuaderno nuevo. Ese sería el primero de muchos naufragios en tierra firme.
Creo en el Betta splendens, pez guerrero que construye
un lecho nupcial de burbujas para el encuentro amoroso y canta el epitalamio
imposible de los amantes cuando vuelve a la Soledad
del río, pero creo más en sonrosadas toninas que enloquecen a los hombres hasta
llevarlos al abismo.
Creo en las imágenes en movimiento de obreros
saliendo de una fábrica, proyectadas por los hermanos Lumière, en el invierno
de 1895. Creo en el Alexis Zorba de Nikos Kazantzakis y en el sirtaki de Anthony
Quinn sobre la arena.
Creo haber visto en una escena perdida de «La
ira de Dios», el fantasma de Lope de Aguirre abrumado por la metáfora originaria de
las lenguas salvajes. Pero creo más en Gustavo Pereira, tierno traductor de lo
selvático.
Creo en una pandilla de pintores y poetas
encabezados por Armando Reverón, Cruz Salmerón Acosta y María Calcaño, rigiendo
el horizonte luminoso de nuestro mar Caribe.
Creo en César Vallejo, Comandante de la Poesía
en el Frente Sur de lo humano.
Creo en una nebulosa tequeña que destila
hacedores de poesía.
Creo que la crónica es la poesía del
periodismo.
Creo en «el trapero» de Baudelaire, héroe anónimo
y nocturno, resistiendo entre los desechos de la sociedad industrial.
Creo en el viejo Marx, padre de las rebeliones
modernas, que fue muerto por la derecha y sepultado por la izquierda, pero que
resucita en cada crisis del capital y vive en todas las resistencias del mundo.
Creo en la Librería Julio González del Pasaje
Zamuro, que yace en Caracas, sepultada bajo una lápida de asfalto, porque en
esa catacumba aprendí la literatura de los invisibilizados. Creo en la única
librería que ha existido en Los Teques, fundada por la profesora Paula de
Galindo, donde encontré el Antimanual de Ludovico Silva, que me condujo a la
salvación por el arte.
Creo en una rebelión guevarista de saberes
insubordinados capaces de echarle una vaina a la violencia epistémica del poder.
Creo en las resistencias bárbaras, de José Manuel Briceño Guerrero y en las
alteridades sentipensantes de Nuestra-América. Creo que la cultura ñángara es
indestructible porque le ronca en la cueva a todas las formas de la injusticia.
Creo en mi barrio, reservorio de dignidad,
solidaridad y afecto; escuela de pininos amorosos, de resacas inaugurales, de
coñazas fraternas y rencores olvidados; creo en su legítimo derecho a pataleo.
Creo en «Muñeca», cuando la canta Ismael
Quintana, sobre todo si me arrastra el torbellino de una cintura endemoniada. Creo en la belleza que surge de oscuras
cabelleras rugientes, albas gaviotas en la piel, ojos de girasoles encandilados
por el infinito, labios salvavidas y pies donde vale la pena ser crucificado.
Creo en la extraviada etimología de la palabra
bruja: Me gusta bruixa, venida del catalán y las variantes bruisha y sorgina.
El francés aporta sorcière, donde resuena sortilegio y sortes, como Sorte, la
montaña prodigiosa de nuestra Reina María Lionza. Creo también en las
doscientas mil brujas calcinadas en nombre de la razón atroz de la Modernidad.
Creo en las chamanas que sobrevuelan todos los mundos y nunca me abandonan.
Creo que Dios es verdadero a condición de que
todos los dioses lo sean.
Creo en carreteras nocturnas surcadas por un
camión cargado de libros que las recorría (único legado de mi padre) porque conducen
al reino de bares legendarios.
Creo en Gabriel, disparando una flecha que
cayó en el centro amarillo del universo y en ese instante de su infancia fue UNO
con el infinito. Creo en Diego que siempre ve el vaso medio lleno de rebeliones
triunfantes y ama sin moderación a sus hijos. Creo en Laura, poeta-bailarina, y
creo en su poder para dulcificarme la existencia. Creo en Santiago como el
advenimiento de lo que puedo enmendar.
Creo en el Orinoco, en cuyas aguas cometí el pecado de no haber nacido, de allí esta vida desparramada y sin cauce, pero con causa. Creo que nunca aprendí a nadar con la única finalidad de hundirme en el olvido.
Si
quieres recibir en tu celular este y otros artículos descarga Telegram, e
ingresa al link https://t.me/lavozdeguaicaipuro2
y dale click a Unirme.
#LaVozDeGuaicaipuro / #EnciendeTuVoz
@COPYLEFT / TODOS LOS
ERRORES RESERVADOS
|
0 Comentarios