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El analfabetismo emocional


Una mirada casi apocalíptica sobre los usos tecnológicos y las emociones

Oscar Sotillo Meneses


Una confesión a favor de la palabra y de las emociones, debería comenzar exaltando el hecho humano de admirar la belleza. Una declaración sencilla a favor del abrazo, del beso, de compartir una taza de café, comienza a parecer cosa de otra época. Quizá sea esta la señal de que nos adentramos por caminos desconocidos que esperamos no sean para el desamor y la soledad.

Cada época desarrolla su propia ética comunicacional bajo el influjo de las tecnologías y las prácticas que le son propias. No soy experto en psicología, ni en comunicación ni en historia, vale acotar. Hago estas reflexiones desde la cotidianidad práctica de estos tiempos con un acceso medio a las tecnologías de moda y un compromiso honesto con la poética vital que vibra en las calles. Se atesoran frases cronológicamente valoradas sobre las impresiones que cada avance tecnológico produjo en su momento. Desde las anécdotas jocosas de nuestra abuelas con los primeros aparatos de radio, hasta las elucubraciones hoy sorprendentes de las críticas a la velocidad y a las máquinas “diabólicas” que imprimían un vertiginoso sentido a acciones que habían sido lentas y sosegadas.

De estas impresiones pudiera escribirse un tomo extraordinario. Es en el fondo una antología del asombro y los sacudones que ha sufrido (y gozado) el espíritu humano a través de los tiempos. La alquimia, la mecánica, la inventiva fueron abonando con artilugios maravillosos la vida de sociedades que paulatinamente asimilaron los nuevos usos. Hasta aquí no hay ningún aporte significativo. Lo interesante es que el impacto de los nuevos artilugios, inventos y descubrimientos nunca se han detenido. Hoy somos testigos presenciales y protagonistas de los que pertenecen a nuestro tiempo.

Si bien el anecdotario histórico ha quedado documentado, la distancia temporal lo hace de alguna manera digerible. Hoy vemos a los sabiondos disparar frases con una lucidez asombrosa acerca de hechos y fenómenos que el tiempo ha sedimentado y detenido. Sorprende ver a los mismos sabiondos empantanados en la cotidianidad de estos días, siendo víctimas patéticas de una intoxicación cultural tecnológica. Esta intoxicación, ha pasado a ser parte consustancial de nuestra postura ética y estética. Al hombre de la oralidad siguió un “hombre letrado” luego apareció, en palabras de M. Macluhan, el “hombre eléctrico”. Ya la palabra electricidad comienza incluso a tener un sentido vetusto. Llegamos, arrastrados por las mareas y los huracanes tecnológicos y políticos a una especie de “analfabeta emocional”. Este analfabetismo no consiste en ser incapaz de decodificar signos o de usar con mayor o menor destreza adminículos, o elementos tecnológicos, sino en ser depositario y operador de un mecanismo emocional y afectivo absolutamente abandonado y empobrecido.

Una vez superado el analfabetismo tipográfico (llamémoslos así) pasamos a un ser social libresco (libro impreso en papel). De allí a un sujeto que debía ser nuevamente alfabetizado, ahora en el uso de tecnología de la comunicación que ya daban signos de volverse indispensables y hegemónicas. Pero como el devenir humano no se detiene (contrario a lo que cree y aspira el poder) aparece en el horizonte un conglomerado de mecanismos tecnológicos que borran de manera brutal algunas convenciones que habían existido por siglos. Estas tecnologías eliminan las frnteras de lo público y lo privado; el sentido estadístico o numérico de las audiencias; destruyen por completo el valor y la percepción del tiempo cronológico, y difractan la auto percepción del sujeto llevándolo a atribuirse destrezas y capacidades “virtuales” que en la cotidianidad material no son reales. Estas tecnologías comunicacionales de última generación crean fotógrafos virtuales, amigos virtuales, militancias virtuales, periodistas virtuales y emociones virtuales. La sociedad constituida por sujetos “virtuales” escondidos detrás de aparatos y lenguajes tecnológicos, prioriza la individualidad y la soledad como principios de acción. Tras la sensación falsa de democratización tecnológica hay una profunda apología a la soledad y el aislamiento. Paisaje perfecto para la expoliación grosera de la naturaleza colectiva de los mecanismos de relación de los seres humanos.

Los glifos Maya y los ideogramas de algunas lenguas asiáticas pertenecen a sistemas socio-culturales profundamente complejos. Estos signos fueron nido y génesis de grandes literaturas, tecnologías, sistemas simbólicos sofisticados que dieron abrigo a civilizaciones enteras que dejaron una huella estimable en la historia de la humanidad. En esos sistemas escriturales no fonéticos, convive una mezcla magistral donde una idea o pensamiento toma forma visual y por mecanismos de colectivización y estandarización comienzan a ser “leídos” y codificados. Algunos de estos signos son utilizados en distintos idiomas conservando el significado, pero con sonidos diferentes. La importancia del signo visual en estos sistemas es muy singular. En el alfabeto hebreo, por ejemplo, se puede seguir la pista desde un arcaico y sintético dibujo de una cabeza de buey hasta llegar a la letra Alef. Igual sucede con el grafismo de un camello hasta la letra Gimel. En el caso de los glifos Mayas, signos botánicos, deidades, astros, máscaras y fuerzas de la naturaleza dan forma a potentes y poéticas simbologías que aún hoy despiertan curiosidad y admiración.

Existe una profunda reverencia anclada en la magia que despiertan todos estos sistemas de comunicación desarrollados por el intelecto y el alma humana. Podemos imaginar la cotidianidad de una civilización que parió un sistema tan hermoso y complejo como el Maya. Podemos trazar los orígenes profundos de las grafías que todavía se usan. Otro ejemplo extraordinario es el alfabeto llamado Devanagari, hoy ampliamente utilizado por una diversidad de idiomas en la India y otros países vecinos. Este sistema alfasilábico, según su etimología, es sagrado y urbano. Dos características muy singulares que dan una idea de la importancia y sofisticación de este conjunto de signos. Es notorio en estos ejemplos la síntesis inteligente, la observación de la naturaleza y el entorno, el diseño acucioso de formas, la poetización extrema. Cada sociedad generó un sistema según sus necesidades y características. Sobre estos signos se han construidos verdaderos portentos del ingenio humano. Nuestro sistema fonético funciona de otra manera. Sin ser menos sofisticado es más sencillo: un conjunto donde cada signo tiene asignado un valor fonético, y su combinación, junto a algunos agregados, genera todos los sonidos necesarios para la expresión de un idioma en particular.

En los tiempos que corren, y varios pasos más adelante del “hombre eléctrico” nos conseguimos sobre la sensación de que nuestro sistema alfabético está siendo abandonado. Con él se abandona también todo el gran entramado escritural, idiomático, literario, del cual ha nacido y a la vez ha ayudado a crear. Si nos enfocamos en el empobrecimiento de lo escritural idiomático entenderemos que al mismo ritmo se empobrece nuestra conciencia lingüística y nuestra capacidad de expresión oral y escrita. Este empobrecimiento claramente disminuye nuestra capacidad de expresión emocional, afectiva. Estamos, así, ante la construcción inminente de una sociedad de solitarios comunicados a distancia a través de códigos indirectos que han sido diseñados y difundidos sobre una ética de la dominación. Cada individuo con un adminículo en la mano que le satisface virtualmente sus necesidades de relación social humana. Es claro que estos adminículos han sido diseñados bajo una visión lucrativa y de dominación.

El uso y abuso indiscriminado de estos, construye un analfabeta emocional cuya capacidad de expresión y demostración afectiva se reduce a su mínima expresión. Es notorio el empobrecimiento lexical relativo a las emociones y afectos. Se ha abandonado el cultivo de la lengua para privilegiar el aprendizaje de tecnologías electrónicas y lenguajes virtuales. No hay que olvidar que estas supuestas herramientas de comunicación son creadas por empresas y consorcios de capitales privados con un claro y abusivo afán de lucro y dominación donde las leyes antimonopolio y los principios de la dignidad humana quedan absolutamente soslayados.

En un contexto etario, aun conviven varias generaciones: la letrada, la eléctrica y la virtual empobrecida. En la misma casa está la abuela que ya adulta escuchó por primera vez la radio; el tío que se formó en bibliotecas de libros de papel con inmensos ficheros analógicos y el milenial que nació con un teléfono celular en la mano. Son tres miradas disímiles, alimentadas por tres éticas y estéticas diferentes. La sociedad no es lineal, ni los análisis pueden ser estrictamente matemáticos. Lo que enciende las alarmas en este momento es el acelerado empobrecimiento de las capacidades humanas de expresar y establecer afectos, emociones y conexiones profundas. Estamos frente a la desaparición de un amplio patrimonio ligústico relacionado a las emociones. Parece suficiente un “emoticón” para expresar una vasta complejidad de sentimientos.

En este punto parece que la civilización vuelve al origen pictográfico de antiguos sistemas de comunicación. Los alfabetos fonéticos que dominan esta parte del planeta están sufriendo una acelerada erosión. Las sutilezas acumuladas por el uso, y expresadas en literaturas, poéticas y hermosas gestas de la lengua, ceden ante un tipo sintético de imagen. Esta metamorfosis implica una disolución acelerada del patrimonio acumulado por milenios en el desarrollo de estos códigos, y por lo tanto de nuestras capacidades expresivas en los campos afectivos y emocionales. La alfabetización que viene debe ser enfocada a restablecer las capacidades poéticas, sutiles y sofisticadas de nuestro idioma que han sido expoliadas por mecanismos cuya naturaleza es lo instantáneo, lo banal, el lucro desproporcionado, la inmediatez y la dominación. En este escenario los valores de la poesía cobran un nuevo y superlativo interés. El ser humano sin su ingrediente poético ante el universo, se convierte en un autómata biológico desprovisto o al menos disminuido ante lo que alguna vez llamó “humanidad”.

En su libro La palabra amenazada, Ivonne Bordelois advierte sobre las intenciones clara del sistema y su guerra contra el lenguaje:

“Para un sistema consumista como el que nos tiraniza, es indispensable la reducción del vocabulario, el aplanamiento y aplastamiento colectivo del lenguaje, la exclusión de los matices -que muchas veces significa el olvido de los propios deseos-y sobre todo, la pérdida del sentido del goce y la lucidez que la lengua puede llegar a proporcionarnos”.

Un panorama apocalíptico es el que dibuja Bordelois. Con un lenguaje empobrecido, experimentamos un universo igualmente empobrecido, donde desparecen los matices y con ellos las experiencias sensoriales humanas son desplazadas por mecanismos esclavizadores. Las masas de analfabetas emocionales deambulan en una realidad gris, en un paisaje donde solo son visibles ventanas para el consumo, donde el horizonte es la banalidad y el servilismo ante los mecanismos que se aprovechan de un ser emocionalmente discapacitado y sin la mínima posibilidad de expresar sus emociones y de establecer conexiones humanas significativas. Insistimos en que los sujetos de este panorama, en su aislamiento “virtualizan” el abrazo, el beso, el gesto amoroso, la palabra sutil, la caricia. Estamos ante una catástrofe de magnitudes inimaginables.

En un acto simbólico de resistencia nos guía el amor a la palabra, la estima por la poesía y su profunda consciencia de la lengua. Aparece un bolsón de resistencia que hace de la palabra un espacio de experimentación y goce. El disfrute de un encuentro y el placer de la frase justa, inteligente y creativa, se van haciendo escasas, pero a la vez van adquiriendo un valor superlativo en estas extrañas guerras de nuevo tipo. Nos tocan grandes tarea: libros, escuelas, encuentros, canciones, espacios donde el abrazo no sea virtual sino justamente amoroso y humano. Viva la palabra enamorada.

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