Por: Manuel Almeida Rodríguez.
¡La movida cultural de Los Teques ha sido realmente extraordinaria! Esta idea surgió durante las indagaciones recientes sobre las revistas literarias alteñas, al encontrar unas líneas en el libro Poetas en Los Teques(Hernández, Armando (Comp). Los Teques. Ed. Alcaldía del Municipio Guaicaipuro. 1991. P. 176).
Esta es una compilación de escritores vinculados con la capital mirandina, cuyas líneas preliminares destacan a un grupo de poetas que vivieron o visitaron frecuentemente la ciudad en la segunda década del siglo XX. Estos eran: José Tadeo Arreaza Calatrava, José Poggioli, Antonio Gómez Sucre, Francisco Pimentel (también conocido como “El Jobo” o “Job Pim”), Fernando Paz Castillo y Rómulo Gallegos.
Estas tierras se habían construido cierto renombre durante el siglo XIX: Era un lugar de paso obligado para los viajeros desde y hacia Caracas, poseía paisajes bucólicos y creó fama de curar los males del pecho. El Gran Ferrocarril de Venezuela intensificaría, por supuesto, la importancia de esta urbe y, sobre todo, su carácter cosmopolita y metropolitano. Pero muchos entusiastas de la historia local pecan de mezquinos al reducir la memoria de la ciudad a la Iglesia, al tren o a la familia de Juan Vicente Gómez.
En aquellos días la estancia de artistas, intelectuales, científicos y políticos de toda índole era frecuente. No era cualquier cosa que en un café o plaza del Llano de Miquilén o del Pueblo, el transeúnte tequeño viera a dos fundadores del “Círculo de Bellas Artes” como Gallegos y Paz Castillo; a colaboradores y editores de El Cojo Ilustrado Como Arreaza Calatrava o el humorista “JOB PIM” Pimentel, hablando sobre poesía; o rifándose una entrada a La Cárcel de La Rotunda, con sus tertulias y jodederas contra de Gómez.
Pedro Sotillo lo recordaría de esta manera: “Andábamos por los doce años y con un buen grupo de colegiales campeábamos en los parques de Los Teques. Nos sabíamos al dedillo los rincones en los aledaños de “El Pueblo” y el “Llano de Miquilén”. Los pinares alemanes “eruditos y militarizados”, en el decir de Manuel Guillermo Díaz, también eran sitio predilecto para los afanosos de salud y los aquejados de melancolía y de meditación. Por esos pinares tequeños discurría un joven, siempre con un libro en las manos o se acomodaba en un lugar apartado y se sumía en la lectura. Ese paseante solitario era Femando Paz Castillo…”.
Pero ¿Por qué los escritores mencionados destacan de entre los muchos que visitaron las tierras tequeñas? En respuesta puede decirse que ellos tuvieron un período significativo conviviendo, creando y compartiendo una férrea amistad, en estas lomas alteñas, cuando finalizaba la segunda y comenzaba la tercera década del siglo XX. En lo empírico, construyeron una cofradía, peña o grupo literario, que influyó y fue influenciada por su entorno, tal como lo muestran varios de sus escritos, artículos y obras.
Este “Grupo de Los Teques”, como los llamó Armando Hernández o “Los Seis de Los Teques”, como también eran llamados en los círculos literarios caraqueños, fueron pioneros que integraron a la Generación del 18, de gran impacto para la literatura venezolana contemporánea. Cada uno de ellos además traía consigo una enorme trayectoria literaria y editorial. De modo que, se crearon fuertes vínculos creativos y literarios, tanto entre ellos, como con la ciudad, su tierra y su gente, como un séptimo integrante de las tertulias.
Así lo cuenta, por ejemplo, Fernando Paz Castillo: “Yo recuerdo a José Tadeo (Arreaza Calatrava) en Los Teques, por entre los parques de pinos a la hora del crepúsculo; profundamente silencioso y solitario, recitando a media voz —con intermitencias de pensamiento— sus versos; en un constante diálogo con la naturaleza; con el misterio musical del ambiente del cual él mismo parecía formar parte…
Por supuesto, luego vendrán las necesarias críticas literarias y las opiniones sobre la obra e influencia mutua de Los Teques con estos escritores. Mientras tanto aquí dejo un poema de José Tadeo Arreaza Calatrava sobre la naturaleza ¿tequeña?:
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