Por Gregorio Pérez Almeida
Los españoles inventaron, entre los siglos 17 y 18, el discurso de la “limpieza de sangre” para evitar cualquier sospecha de “mancha de la tierra” en las élites dominantes en la América hispánica cundida de mestizajes de distintos “tipos” y “grados”. La finalidad era construir un orden social a partir del modelo de “raza pura” que ellos representaban. Sostiene Santiago Castro-Gómez, que una de las técnicas de racialización inventadas fue el llamado “cuadro de castas”, que consistía en pintar las distintas castas que componían la sociedad colonial, con lo que crearon su “sociología espontánea de las élites españolas”.
Se trataba de un conjunto de pinturas en las que se mostraban los diferentes tipos de mezcla racial, designando a cada una un nombre, una actividad y una posición social específicas. La serie de cuadros seguía una “estricta progresión taxonómica”, en la que primero aparecía una representación de la “raza pura” –el español- y luego seguían las mezclas raciales en orden descendente respecto al modelo puro. En los cuadros siempre aparecía el padre, la madre y el hijo, con su color de piel, vestido y la actividad laboral propia.
Imposible fue para los españoles hacer plena realidad su ideal de sociedad estrictamente clasificada, distribuida y jerarquizada espacial, social, religiosa, laboral y culturalmente, a partir de su identificación como “raza pura”. ¡Cuánto hubiesen dado los españoles por una tarjeta Hollerith! …Pero los nazis sí la tuvieron y el discurso colonial de la “limpieza de sangre” que ha acompañado a la modernidad capitalista desde sus inicios en 1492, logró abrirse camino como política de Estado sin tapujos ni hipocresías seudodemocráticas y crearon su “sociología espontánea de las élites arias”.
En agosto de 1934, apareció en la revista empresarial “Noticias Dehomag”, un artículo titulado “Un análisis mejorado de las interdependencias estadísticas mediante el proceso Hollerith de tarjetas perforadas”, en el que se ilustraba la manera de “interpretar mejor los cálculos difíciles sobre datos y predecir probabilidades”. El ejemplo principal que citaba era el campo de «la medicina y la ciencia de la genética y la raza”. Se sugería que era posible conseguir tabulaciones complejas con respecto al “tamaño de padres e hijos, la cantidad e hijos y padres, sobre la difteria y la edad y las distintas características raciales”.
Se quejaba el autor porque había crecido la obtención de datos pero no había pasado igual con la interpretación de la información, con lo que se fallaba en el objetivo final de “producir conclusiones y determinar una estimación segura de ocurrencias futuras y actuales”. Si querían una sociedad de arios, había que luchar por ella y ese mismo año promulgaron dos decretos, uno que imponía a los médicos y otros profesionales clínicos llenar formularios con detalles sobre la condición sanitaria de sus pacientes que eran enviados a las Oficinas de Salud donde los procesaban con sistemas Hollerith del Departamento de Estadísticas del Reich en Berlín. El otro decreto establecía la “prevención de la descendencia genética enferma”, para lo cual elaboraron una maraña de preceptos que establecían cuáles linajes debían ser eliminados sobre la base de una “probabilidad estadística de reproducción y propagación de genes defectuosos”. Y aquí fue donde compartieron conocimientos y experiencias con los estadounidenses, veteranos en la esterilización de los individuos considerados dementes, retardados, epilépticos o maníaco depresivos, entre otros.
Rápidamente, la noción de esterilizar a los “físicamente indeseables” se expandió para incluir a los “socialmente indeseables” llamados *“antisociales”, es decir, “inadaptados incapaces de trabajar y con una actitud mental hereditaria e irreversible que han entrado en conflicto con las agencias gubernamentales y por lo tanto parecen una amenaza para la humanidad”, ergo, se convirtieron en un blanco especial. Los débiles mentales, enfermos, discapacitados, los homosexuales, «ciertos judíos», los gitanos y otros antisociales como los comunistas, no serían parte del futuro de Alemania.
Pero, estos decretos como concreción política de la Ciencia Racial, tenían un basamento ideológico conceptual y era que el “derecho a la vida estaba determinado por el valor económico que tenía la persona para la sociedad nazi”. Y no es una deducción de sus acciones, sino una idea expuesta con puntos y comas por el tocayo de Nietzsche, Friedrich Zahn, quien lo escribió en la edición de la Revista de Estadísticas Alemana, de 1934, en un artículo titulado “El valor económico del hombre como objeto de la estadística”:
“El único valor del hombre –y este es un objeto directo de la estadística- es su valor económico, su productividad laboral humana. La estadística es idéntica, en carácter, a la idea nacionalsocialista”. Cualquier parecido con el credo neoliberal es pura consecuencia y ya tenemos una idea de por qué en algunos países de Europa surgieron voces que proponían dejar morir a los más débiles e indefensos frente al C19.
Las máquinas IBM realizaban los procedimientos de clasificación con tanta rapidez y confiabilidad que los directores de la administración social no tenían restricciones en su catálogo de preguntas: “La solución es que cada característica interesante de naturaleza estadística, puede ser resumida por un factor básico. Este factor básico es la tarjeta perforada Hollerith”. Preguntas “sin restricciones”: yo nunca he llenado una planilla de inmigración de Estados Unidos, pero me dicen que está llena de preguntas sin restricciones ¿Será verdad?
Zahn exigía que se realizara un registro de los diversos riesgos que amenazan al valor de la productividad como resultado de enfermedades, discapacidad, desempleo y el no logro de objetivos ocupacionales, para lo que había que obtener datos de los departamentos de salud, aseguradoras por incapacidad, impedimentos, oficinas de desempleo y, muy importante para nuestra Contra Escuela, de las instituciones académicas. Ya asoma por ahí el bigote hitleriano de Martín Heidegger, el «pastor del ser», de quien no se puede dudar su militancia nazi, porque nunca la negó ni jamás se arrepintió, pero la mitología eurocéntrica lo ha convertido en el “más grande de los filósofos del siglo 20”. El ejemplo más visible del mecanicismo que separa las ideas filosóficas de las ideas y prácticas políticas. Y, aunque me gane insultos, también de la subordinación mental ante los cánones académicos eurocéntricos, de muchos filósofos(as) críticos latinoamericanos que hacen de Heidegger la alcabala para pasar al territorio de los que sí saben pensar.
Fuente: http://puebloenarmas.com/index.php/2020/05/12/la-limpieza-de-sangre-fiel-companera-del-capitalismo-historico/#comment-11
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